Volamos hasta Bélgica para asistir por primera vez al festival de festivales: el mundialmente conocido Tomorrowland

No tiene ninguna clase de sentido. De verdad, uno se espera cosas cuando le hablan tanto de un evento como este, pero todos tendemos a exagerar cuando el hype se apodera de nosotros. Sinceramente, pensaba que “ya se me había pasado el arroz” para asistir al festival belga. Al final no dejan de haber estereotipos, superficialidad y mucho postureo alrededor de una marca tan grande… Pero precisamente ese fue mi acierto para llevarme una sorpresa aún mayor. Hoy os vengo a contar como, sin esperarlo, acabé viviendo un fin de semana en el que muy probablemente es y será el mejor festival de música electrónica del planeta: Tomorrowland 2022.


DAY 1:

Con el tiempo justo y a contrarreloj. Así vivo y más de una bronca me he llevado de mi madre por ello en su momento. Aún así, toreando a los relojes, llegamos a tiempo al punto de partida. Nos subimos a un bus plagado de periodistas de alrededor del mundo, además de algún que otro influencer. Unos 40 minutos de trayecto que finalizan en la trastienda de nuestro destino y que dan el pistoletazo de salida a un fin de semana plagado de alegrías y mucha, pero mucha, música electrónica.

Entramos al recinto acompañados de la organización, que nos hace un pequeño tour por el lugar para que estemos familiarizados con el entorno –compuesto por 14 escenarios en total, que se dice pronto– y con la historia del festival. Durante la caminata, empiezas a ver uno de los fuertes del festival: los detalles. Absolutamente todo lo que ves dentro del festival tiene un cariño puesto para que sume a la experiencia, desde las papeleras a los carteles. Nuestro paseo desemboca en la joya de la corona: un mainstage como ningún otro que haya visto en mi vida. Gigantesco, futurista, pulido y listo para acoger a los headliners que van a hacer historia un año más. Buen momento para soltar el primer “de locos” de la jornada.

Tras las fotos protocolarias para mandar a familiares y amigos, nos traen delante del acceso principal para vivir un momento muy especial: la entrada al festival de los primeros asistentes. Fue abrir las puertas y ver cómo, poco a poco, las personas que pisaban el recinto alardeaban de unas sonrisas dignas de niño pequeño que va al parque de atracciones, además de ver algún que otro personaje variopinto con outfits cuyo claro objetivo es hacer un cameo en el aftermovie.

Y a partir de allí: ¡a volar! Siguiendo uno de los consejos que compartimos en nuestro artículo, nos dejamos llevar. Tenemos a mano el horario, pero los oídos nos harán de brújula durante toda nuestra estancia.

Como llegábamos con las pilas bien cargadas pese a haber dormido unas pocas horas, decidimos empezar el día en el Rose Garden, escenario capitaneado por un gran dragón y que ha solido acoger las actuaciones más contundentes en anteriores ediciones. Andromedik fue nuestro primer descubrimiento de la jornada, y a base de drum n bass y uptempo nos dió una cálida bienvenida. De allí, caminamos unos pocos metros para entrar a otro de los grandes stages del festival. El Freedom te transporta a un club gigante, en el que el DJ se posa diminuto ante una enorme pantalla que hipnotiza a la muchedumbre. La música de nuestra primera visita a esa nave corrió a cargo de Yotto, que rápido corrigió su suave inicio para subir la intensidad y satisfacer a una pista con ganas de sudar.

Con el objetivo de completar el bingo de escenarios para procurar no perdernos nada, de camino al Mainstage nos topamos el escenario Mesa, que supuestamente era un invernadero destinado al descanso y a la restauración, pero que tenía ante sí un rebaño de gente de muchos países bailando visiblemente feliz al ritmo de música disco. Momentazo que nos cautivó y que nos invitó a unirnos durante un par de canciones.

Retomamos el camino hacia el escenario principal, pues faltaban minutos para un momento histórico para nuestro país. A los mandos del castillo estaban en esos instantes dos míticos de Tomorrowland, Matisse & Sadko, que combinaron su inconfundible progressive con mashups y, sorprendentemente, algún que otro banger en clave de bass house. Están curtidos en batalla, y se nota que saben lo que un mainstage de Tomorrowland necesita. La que lo iba a descubrir a continuación era la DJ española, B Jones. Con el micrófono en mano animando constantemente y un set que combinó bigroom, éxitos virales y algún que otro ritmo más tribal, sacó adelante una sesión que le llevó a colgarse la valiosa medalla de ser la primera española en actuar en la cabina más icónica del mundo. ¡Bravo!

Acto seguido emprendemos un recorrido con más paradas de las previstas. Con ganas de volver a disfrutar de ritmos contundentes en el escenario donde empezamos nuestra aventura, cual hipnotizador de serpientes nos topamos con dos sets que fueron sin duda de los más “disfrutones” de la jornada. En primer lugar, LP Giobbi en el precioso Crystal Garden, que a base de tech house y sonidos melódicos se ganó a pulso una pista de baile a rebosar de gente quemando zapatilla. Una energía brutal que seguro puso en un aprieto a los siguientes invitados. Y ya diciendo “ahora sí que sí, volvemos al dragón”, volvimos a caer en la trampa.

Un escenario flotante en medio del lago llamado Leaf By JBL se cruzó en nuestro camino, y entrar nos supuso hacer un cambio de planes del que no nos arrepentimos en absoluto. Djebali, al que vimos hace unos meses en Les Enfants (Barcelona), estaba al control de los CDJs poniendo patas arriba el lugar. Se nos pasó volando el tiempo, y este encuentro implicó sacrificar al bueno de Fox Stevenson para verlo solo los últimos 10 minutos, en un final de set que tuvo de todo.

En este instante, hicimos un “click” en nuestra mente, y entendimos de qué iba realmente Tomorrowland. Todos los artistas que están ahí son los mejores en sus respectivos géneros, y todos llegan a esa fecha pensando que es el bolo del año. Imaginaros la de calidad musical que se maneja por ese lugar con tantos artistas repartidos durante 13 horas al día entre 14 escenarios. Si sabiendo esto vais a ir al festival con un horario estricto e inamovible de los DJs que quieres ver y que no te vas a perder, estás desaprovechando una oportunidad de oro.

Al que le teníamos ganas y fue una de las pocas sesiones que sí vimos de principio a fin fue el del belga Apashe –a quien entrevistamos en esta casa–. En su DJ set demostró personalidad y carácter, con una selección musical de temas propios y ajenos que en ningún momento desentonaron de su inconfundible línea sonora. Un set con muchos momentos para enmarcar –entre ellos, mi primer y último moshpit del festival–. Si tenéis ganas de ver a Apashe en toda su esplendor, ¡id comprando vuestras entradas para verlo en Barcelona!

A continuación, teníamos que hacer acto de presencia en el que podía ser una de las puestas en escena más alocadas del primer día. El showman del tech house, Fisher, puso a prueba cómo suenan los subgraves del mainstage y, pillándonos por sorpresa, más allá de algunos de sus hits también se atrevió con temas en clave de techno. Puedes odiarle o quererle, pero hizo un buen trabajo representando el género de moda en el escaparate más importante del mundo.

El tramo final de la velada nos tuvo dando vueltas para intentar conocer todo el recinto, destacando las efímeras visitas a Joris Voorn –una de las debilidades de Wololo Sound, ya lo sabéis–, y Eptic, que se encontró pinchando bajo los primeros fuegos artificiales de la velada. Eso sí: aún quedaban dos platos fuertes hasta el cierre.

En primer lugar, Eric Prydz, con el que podemos decir con total seguridad que trajo el mejor show con diferencia de Tomorrowland 2022. Su HOLO llenó el Freedom, y pasando su persona en segundo plano tras una de las pantallas de leds que trae consigo, creó una experiencia audiovisual hipnótica digna de película. De verdad, como para sentarse con palomitas y disfrutar de lo que ven tus ojos. Si en nuestra crónica del Sónar 2022 alabábamos el directo de The Chemical Brothers como uno de los mejores lives de los últimos años, tras vivir el espectáculo del británico tenemos serias dudas de si debemos poner a Prydz directamente en lo alto del podio. Impresionante, y punto.

Muy a nuestro pesar, nos vamos unos minutos antes del final para llegar a tiempo a ver a una artista que, en otro de los fines de semana, va a cumplir otro hito en Tomorrowland. Por primera vez en la historia del festival, una mujer va a encargarse de hacer el cierre de un mainstage. ¿Y de quién estamos hablando? Pues por supuesto: de Charlotte De Witte. Esta vez en la carpa de Atmosphere y con un tiempo extra con respecto a otros stages que cerraban antes, lo que vimos de la belga fue emotivo. Se la veía disfrutar en cabina, bailando como si estuviera entre los centenares de personas que se posaban bajo la carpa, y confraternizando con el resto de artistas invitados por su sello.


DAY 2:

Como decía Sylvester Stallone en Rambo: “no siento las piernas”. Así me desperté después de recordar los casi 30km que anduvimos bajo el sol y las estrellas de la pequeña localidad de Boom. Pero oye, es Tomorrowland, y hemos venido a jugar. Repetimos trayecto –con un conductor distinto que andaba algo perdido– y otra vez al ruedo.

Esta segunda jornada la empezamos en uno de los lugares que el guía resaltó con especial ímpetu en la visita inicial: el Core. Como si estuviéramos en medio de un bosque, rodeados de árboles, una estátua de un busto gigante nos recibe mientras nos quedamos boquiabiertos. Es sin duda el escenario más bonito de todos, y perdérselo habría sido un grave error.

La primera actuación destacada del día fue Danny Howard, que trajo un speaker para un set de house –algo que, personalmente, veía incompatible– y que, entre ambos, consiguieron mantener los brazos arriba de los primeros asistentes durante una hora al sol. Un set muy divertido que choca si, a continuación, volvemos al Crystal Garden para ver uno de los talentos más aclamados del bass internacional: Moore Kismet, la joven de 17 años que ya está recorriendo el mundo pinchando sus temas y abriendo moshpits. Muy buenas sesiones para empezar la jornada.

A su vez, otro DJ español estaba dejando huella en The Library, escenario que homenajea al mítico mainstage de 2012. Estamos hablando de Brian van Andel, y pese a no verlo con nuestros propios ojos, sabemos que se encontró con un mar de banderas no solo españolas que le bailaron durante una hora todos los temas que iba disparando desde cabina. ¡Nuestra más sincera enhorabuena al valenciano por este logro!

A continuación, uno de los highlights de todo el festival. Aprovechando la golden hour en la fiesta de Glitterbox, el gran Purple Disco Machine –a quien también entrevistamos en exclusiva recientemente–, que se marcó mi sesión favorita de todo el Weekend 1. Temazos de los 80 modernizados al más puro estilo PDM como su remezcla al ‘Don’t You Want Me‘, que sacó un griterío al unísono de coreando el mítico estribillo de The Human League. Un stage que se le quedó muy pequeño y que acabó abarrotando hasta las escaleras y el puente lateral, todos para ver cómo se las gasta el bueno de Tino en cabina.

Y como la cabra tira al monte, teníamos que volver a darle caña con otro artista que jugaba en casa: Netsky. Polivalente y buscando siempre la sorpresa, ya no solo en clave de drum and bass sino también con bass house o incluso happy hardcore, enamoró a la pista de baile. Un listón que mantuvo igual de alto su sucesor, Kayzo, que con su peculiar savoir faire combinando hardstyle, dubstep y temas más rockeros y metálicos, sacó la vena más agresiva –en el buen sentido– del público. Un crack en lo suyo.

Y como en la primera jornada, nos despedimos bajo la gran carpa que acogió el takeover de Afterlife, y lo hicimos al ritmo de sus jefes. Tale Of Us demostraron por qué su puesta en escena es distinta a la del resto de artistas, y más allá de una selección musical más que correcta, en este tramo final de sesión que pudimos ver desplegaron todo el arsenal de láseres y luces para irnos con buen sabor de boca.


DAY 3:

Tercer y último día, vamos a dosificar nuestras fuerzas. Tachamos de nuestra lista haber visto todos los escenarios del festival –incluido el pequeño Rave Cave–, y tras subirnos a la noria a primera hora y pegarnos unos primeros bailoteos con DJs recién descubiertos para nosotros como Vluarr o Robert Falcon, nos quedaba una última cosa para cumplir con los consejos que nos dieron los “tomorrowlandólogos” en nuestro artículo: ir al Moose Bar.

Nadie diría que estás en la capital mundial de la música electrónica. Más bien parece que estás en un rústico pub alemán en pleno Oktoverfest, con jarras de cerveza rodando por las barras y gente “un poco lacasito” bailando sobre las mesas. En serio, no os podéis ir del festival sin pasar por allí. El ambiente es divertidísimo, y aunque se asemeja más a la fiesta que encuentras en lugares como Salou o Magaluf, merece la pena ir con tus colegas a echarse unas risas en algún rato muerto.

Ya volviendo a nuestro rol de catadores de DJs, vamos al Youphoria, donde vemos uno tras otro a Kompany y a Gammer. Dos sets distintos en lo que a géneros se refiere pero que compartieron la intensidad y el cómo cautivaron a un público que permaneció enloquecido ante ambos artistas. De allí volvemos al Mainstage para ver a uno de esos artistas que sorprenden en cabina. El creador de ‘Never Going Home‘ y ‘This Girl‘, Kungs, que como ya tenía escuchado, sus sesiones combinan sonidos más underground de los que vemos en su perfil de Spotify. Un acierto pasarse por allí.

En nuestro paseo por el festival en búsqueda de ver qué ocurría en esos momentos, el bueno de Angemi congregó a todos los italianos y a muchos más de todo el planeta para bailar en The Library. Un set que compartió por encima con nosotros entre bambalinas y que estaba plagado de bangers y edits de tech house de cosecha propia. Otro que tiene sangre de mainstage y que lo demuestra cuando tiene la ocasión.

Y del “everybody fucking jump” pasamos al “open that fucking moshpit” con Sullivan King, sesión que destacó no solo por su constante aparición de sonidos guitarrescos que representan su marca personal, sino también por encontrarnos otro año más a Shaquille O’Neil –aka DJ Diesel– entre el público saltando y bailando antes de tomar el control de las CDJs. De esas cosas que solo pasan en Tomorrowland: estás haciendo headbanging y de repente te encuentras abrazado a una leyenda de la NBA.

Ya en el tramo final del último día, hicimos acto de presencia en tres escenarios que merecían la pena visitar aunque, en algunos casos, no fueran los más atractivos a nivel musical. El primero era la vuelta al Rose Garden, “el del dragón”, que acogió una jornada que homenajeaba el EDM de los 2010’s con artistas como Sandro Silva o Thomas Gold. Para los melancólicos, una fiesta para bailar y llorar.

De camino hicimos parada en el set de Tchami para comprobar que sigue siendo capaz de repartir dosis contundentes de bass y tech house, y así fue. Con un Crystal Garden de noche ambientado por espectáculos de fuentes acuáticas y un show de luces de 10, el francés fue un digno competidor de un show que ocurría paralelamente en otro lugar del festival y que tenía todas las de ganar a cualquiera.

Estamos hablando del cierre del Mainstage con el mismísimo Martin Garrix. Te guste o no el neerlandés, la fórmula que supone combinar ese artista con ese momento y en ese festival, hace que automáticamente se convierta en un espectáculo memorable. Como os lo podéis imaginar, estamos hablando de que sonaron los grandes éxitos del holandés –incluido el mítico ‘Animals‘, menudo throwback– acompañados de una cantidad indecente fuegos artificiales y cañones de humo. Un show único que tuvo al valle del mítico parque de Boom lleno hasta el más mínimo hueco. Un fin de festival que acabó con un último espectáculo pirotécnico a cargo de Tomorrowland y que despidió con emotividad a los visitantes de este primer fin de semana de 2022.


En definitiva, Tomorrowland es un festival diseñado para enamorarte. Nosotros podemos dar nuestra opinión como asistentes primerizos pero, tras intercambiar opiniones con otros más recurrentes, coincidimos en que el festival es capaz de superar las expectativas con creces.

Y si os preguntáis qué es lo que hace de Tomorrowland un lugar tan mágico, tenemos un par de puntos muy claros. El primero y gran destacado de la experiencia es el cuidado por el más mínimo detalle. Organizar un festival de este calibre con más de 250.000 asistentes llegados de todo el mundo requiere pensar en muchos aspectos y variables, y siempre puede ocurrir que falle algo… Pero no fue el caso, ni mucho menos. De 10 fue la organización con suficiente staff para evitar colas en los puntos de comida, recarga de créditos, aseos y puntos de información. Cabe remarcar que el personal del festival juega un papel muy importante en mantener la magia del evento, y lo logran siendo extremadamente simpáticos en cualquier interacción con los asistentes. Además de que habían puntos de hidratación y para refrescarse con humidificadores, tanto en los caminos del recinto como en las propias pistas de baile, y crema solar y desodorantes a disposición de cualquier usuario. Cariño para los asistentes, como tiene que ser.

La puesta en escena es otro punto que contribuye a mantener la fantasía de Tomorrowland. No es solo que todos los escenarios son espectaculares, pero es que cualquier detalle, por pequeño que sea, está perfectamente integrado en el ambiente de cuento de hadas de la ubicación. Sin duda es importante visitar cada uno de los espacios, independientemente de los artistas. Además de que la experiencia del festival bajo la luz del sol y de la luna es completamente distinta, así que es un must repasar los 14 escenarios tanto de día como de noche.

Por último, algo que nos sorprendió gratamente es la facilidad que ofrece el formato del festival para descubrir nuevos artistas y dejarte llevar por escenarios y fiestas que no tenías contemplado visitar. En más de una ocasión nos encontramos un escenario de paso que invitaba a entrar y vivir la experiencia que estaba ofreciendo, con muy buen ambiente y música. Por lo tanto, ir a Tomorrowland con los gustos musicales claros está bien, pero es muy recomendable no ceñirse solo a un tipo de música, pues uno acaba desaprovechando todo lo que el festival te ofrece.

Tras más de 3.300 palabras escritas hasta aquí, parece de broma que diga a estas alturas que uno se queda sin saber qué decir, pero es así. Tomorrowland es mágia, es cariño al detalle, es una experiencia inmersiva, es un catálogo de artistas de primer nivel mostrando sus mejores galas en escenarios sacados de películas fantásticas. Hay tanto para la gente que ama el mainstream como para los que se ciñen a apoyar al underground. La ambientación de parque temático puede parecer que quita seriedad al contenido, pero para nada es el caso. El storytelling del evento invita a aislarte del mundo exterior, y te guste o no la estética del lugar, la música habla por sí sola. Tenía mis dudas de lo que me deparaba mi viaje a Boom, pero creo que ahora puedo decirlo con total seguridad: Tomorrowland es el festival de música electrónica definitivo.