Mi estilo musical desde que comenzó la pandemia ha cambiado radicalmente, siendo más selectivo con lo que escucho
‘¿Qué vas a ser después de esto?’ Esta fue la pregunta que me planteé yo mismo cuando empezó el estado de alarma y la dichosa cuarentena que empezó el año pasado. Desde aquella, todo evento público masivo, reuniones y fiestas privadas quedaron prohibidas, por limitaciones de aforo. El Covid-19 hizo estragos en los negocios en general, pero sobre todo en la hostelería, la noche y los artistas. Tuvieron que ingeniárselas para sobrevivir -literalmente-, improvisando y dando paso a eventos en streaming, adaptarse a los horarios que poco a poco fueron ampliándose o cerrar por falta de ingresos. Renovarse o morir, como dirían algunos. Pero ya sabemos que no todos pueden, y que la cultura del esfuerzo es casi un mito que te cuentan algunos que han tenido mucha suerte (sin olvidarnos de las horas que le han dedicado).
Por todo esto, mi vida musical dio un giro de 180 grados. Pasé de escuchar mucho dubstep, de ir a las fiestas de mi ciudad que son de techno (no soy súper fan pero… ay mis queridas Wake Up) y de ir a varios festivales en verano o algún fin de semana a Bilbao, Madrid… a quedarme en casa a menudo y disfrutar de copas con 4-5 amigos. El verano fue “normal”, así que si que sí que seguían sonando en mi Spotify artistas como Kayzo (mi favorito), Virtual Riot o Slander. Pero no era lo mismo.
Durante los meses en los que todos estuvimos en casa, los artistas que entraron de lleno en mi vida fueron otros. Ya los conocía porque tengo una parte mucho más personal que se identifica con esa música. Así es como Kasbo, Shallou, Dabin o los chicos de San Holo y su sello bitbird lo cambiaron todo. Yo ya era seguidor de ellos, pero no al nivel que lo soy ahora. Los álbumes de Shallou, Kasbo o Petit Biscuit son para mí referentes en estos últimos años. Y estos dieron el paso a que escuchase referencias mucho más cercanas al pop. Eso y la música urbana americana, española… La euforia había sido sustituida por otro sentimiento que no se cómo catalogarlo.
Dándole vueltas a la cabeza y bajando por el explora de Instagram encontré una frase de una fotógrafa brasileña llamada Ana Harf con la que me sentí muy identificado, y yo ni siquiera soy un artista. Escribo porque me gusta:
¿Cada tema que saca un artista ha de ser una obra maestra? Parece que en los tiempos que vivimos si no sacas como mínimo un tema al mes, se te olvida. No puedes parar. O te olvidan, te desechan. Durante el año 2020 los charts de la radio, billboard etc. variaron muy poco porque la gente no salía tanto de fiesta, no escuchaba ese número 1 tan a menudo y, por tanto, pasaba un mes, quizá dos y seguía en los charts. Pero con la música electrónica, si Marshmello está 2 meses sin sacar tema, parece que “está muerto”. ¿Quién se acuerda ahora de The Chainsmokers, si no son sus fans acérrimos? Nadie. Y volverán, presentaran 3-4 singles, su álbum y volverán a reinar en los charts. Las reproducciones de Spotify, los virales… nos han cegado de lo que de verdad importa. Y es que la música no tiene fecha de caducidad. Yo escucho ‘Adventure’ de Madeon ahora y me parece mucho mejor que antes. Pero su último álbum también me parece mejor ahora. Igual es que me molesta que se le de tanto bombo dos semanas y luego, hala, a la basura. Creo que es como si el arte fuera de usar y tirar. Y es un pensamiento muy vago en el que a veces caigo.
En mi más sincera opinión, prefiero álbumes que me ofrezcan algo distinto, que me inciten a escucharlo entero, en orden y no sea una reunión de singles con poco que ver entre sí. Algo así como un viaje, algunos ejemplos actuales serían:
- Wavedash – World Famous Tour
- Porter Robinson – Nurture (sale en nada, tranquis)
- Petit Biscuit – Parachute
- Quinn XCII – Change Of Scenery II
- Xavi – To The Endless Searing Skies
- Mako – Fable
Todos son recientes. Si queréis más recomendaciones, me tenéis en Wololo Sound a tiempo parcial por problemas personales. Pero la música siempre va a estar ahí para alegrarme el día. Volveré, lo prometo.