Tras una primera edición pasada por agua, el segundo año de Kalorama Madrid volvía con un cartel polifacético que reunía a reconocidos artistas internacionales de géneros musicales muy dispares entre sí, y a una audiencia madura deseosa de disfrutar de sus ídolos en vivo 

Estuvimos presentes en la segunda jornada del festival, celebrada el 21 de Junio en la Caja Mágica de Madrid. Lo primero que cabe destacar de nuestra experiencia, fue la facilidad y rapidez con la que se puede llegar al recinto en transporte público. El metro es el medio de transporte predilecto por la mayoría de los asistentes, estando la parada a un agradable paseo de 10 minutos a pie de distancia de los conciertos. Una vez en el recinto, la entrada fue agradable y no supuso un trámite difícil de superar. Las filas eran atendidas de manera fluida y ordenada por personal  muy amable con los asistentes, que nos daban la bienvenida uno a uno tras el control de seguridad. Al entrar nos encontramos bajo un largo pasillo techado, que cumplió una función esencial unas horas más tarde. El calor sofocante de la entrada de verano, contrastaba con una peligrosa pero agradecida, brisa y el cielo gris nos hacía temernos lo peor… ¡otra vez no, por favor!

Mientras disfrutábamos de los conciertos y nos encontrábamos con amigos y conocidos, y hacíamos otros nuevos, pudimos cómodamente sentarnos a conversar frente a los dos escenarios, bailar y cantar con Maria Arnal y, una vez sedientas, ir a por algo de bebida sin perdernos una parte significativa de los conciertos en cada viaje a la barra. Estaba por llegar lo que para nosotras era el plato fuerte de la jornada, así que nos retirábamos a las primeras filas del escenario que estaba enfrentado al que estaba la artista.

Para muchos eran completos desconocidos y para unos pocos, una joya. Tras su directo, nadie dudó: Boy Harsher dieron uno de los mejores conciertos del día.


El dúo estadounidense, compuesto por Jae Matthews y Augustus Muller, logró capturar al público con una propuesta diferente, donde el sonido oscila entre la electrónica minimalista, el darkwave y los ritmos industriales. Boy Harsher no solo hizo bailar al público si no que lo hipnotizó. 

La puesta en escena fue sencilla y elegante. Muller apareció primero en solitario, parapetado tras teclados y sintetizadores, modulando su voz con un micrófono distorsionado. Poco después entró Jae con una fuerza muy potente. A pesar de estar enferma —algo que solo se supo más tarde porque lo comunicó—, su voz no perdió fuerza ni emoción en ningún momento. Regaló una interpretación intensa y elegante. El repertorio fue excelente, muy generoso, tocaron canciones de todos sus álbumes, desde temas como ‘Give Me a Reason‘, ‘Electricity‘, o ‘Come closer‘. Regalaron un momento inesperado con una versión de “Wicked Game” de Chris Isaak que envolvió al público en una especie de trance colectivo.

Todo se alineó: las luces, la energía y el viento que soplaba justo antes de que cayera la tormenta. Parecían controlar también los fenómenos atmosféricos en su puesta en escena; el viento y la lluvia forzaban a un final de actuación salvaje y apoteósica. Boy Harsher ofreció mucho más que un concierto: entregaron una experiencia. Y para quienes no los conocían, fue un descubrimiento tan inesperado como inolvidable. 

Y al final acabó sucediendo. El viento y la lluvia obligaron a frenar las actuaciones, y por medio de la megafonía nos indicaron a todos los asistentes, que por favor nos resguardáramos en el pasillo techado que recorrimos a la entrada. Afortunadamente había espacio suficiente, y la espera de aproximadamente una hora a que se renaudaran los conciertos, solo fue un pequeño y obligado descanso para el público.

La siguiente actuación era la de Pet Shop Boys, quienes salieron al escenario frente a una masa de espectadores que coreaban desde la primera hasta la última de sus canciones. El dúo británico de synthpop, compuesto por Chris Lowe y Neil Tennant, nos teletransportaba a otra época con un espectáculo en vivo digno de una obra de teatro. Cambios de vestuario constantes que en varias ocasiones quedaron enmarcados entre dos farolas de atrezo, unas enormes bandas azul y amarillas que recordaban a la bandera de Ucrania al principio del show, y un concierto retransmitido por unas enormes pantallas con una magnífica definición, son elementos que acompañaron a temas como ‘Suburbia‘, ‘Always on my mind‘ o ‘West end girls‘. Los visuales enganchaban a los asistentes a estas pantallas que acompañaban al show. Un concierto remarcable en esta edición de Kalorama.


El fin de nuestra experiencia lo vivimos de la mano de Azealia Banks, la cual salió al escenario con todo el flow y la actitud gamberra que la caracterizan. La rapera neoyorquina, comenzaba su show con unas palabras en español con las que se hacía con el público y ritmo latino. Acompañada por un DJ a la espalda y un sin fin de baile de la artista, que recorría el escenario de lado a lado, fueron la antesala al hit que no tardó en llegar. A la 1:30 de la noche, la bomba “212”, la cual catapultó a la fama a la artista en 2011. Comenzó cantando a cappella unos versos de la letra del hit, para pocos segundos más tarde tener a todo el público entregado al baile de una canción que había sido visiblemente esperada por muchos esa noche. Una pena que la artista tuviera que acortar y sintetizar el show a causa de la tormenta.

Un festival en su segunda edición en Madrid con visiblemente menos asistencia de la que el espacio es capaz de acoger, que vuelve a enfrentarse a la tormenta y salva la jornada de manera organizada y reseñable; un cartel ecléctico en ambas jornadas, que da la sensación a ratos de gente movida por hits y no por artistas, pero un festival con un potencial tremendo para unir a muchos mundos y gustos musicales variados.