Seguramente muchos estén en desacuerdo con la primera premisa de este artículo, pero en las últimas semanas he pensado bastante sobre ello y es algo que quería plasmar en unas líneas. Os lo planteo de otra manera: creo que la necesidad ha hecho que la mayoría de música electrónica mainstream que sale hoy en día esté diseñada para un público que no ama la electrónica. Por su objetivo, por su estructura y por sus canales de difusión, creo que la distancia entre música electrónica mainstream y música electrónica underground es más patente que nunca en este 2021 y eso no es algo que beneficie a la economía de esta industria. Todo esto, por supuesto, lo expongo como opinión personal.


Hemos analizado varias veces y de varias maneras el “boom” del EDM que sufrimos hace ya casi una década. Esta tendencia marcó un antes y un después en la música de baile, pero también dejó tras su paso un público saturado y hasta quemado de la típica estructura de la música mainstream, comercial, o como queramos llamarla. O quemado de la música electrónica, simplemente, algo que es más que respetable, ya que muchos ven la música electrónica como una época de sus vidas, tan intensa y tan fugaz al mismo tiempo. Algo así como la adolescencia.

La última época dorada de la electrónica derivó a su vez (puestos a generalizar), en tres grupos de oyentes. Los que buscaron más allá y se adentraron en estilos menos clásicos, más experimentales o simplemente más underground, los que se mantuvieron firmes y consiguieron que su amor por el big room o el progressive comercial durara para siempre y los que directamente decidieron bajarse de este carro y dejar de escuchar música electrónica de manera masiva, reservando estos momentos para dos o tres festivales al año como mucho. Y aquí empieza el verdadero problema que quiero analizar en este artículo: los integrantes de este tercer grupo, los que se han cansado de la electrónica, son muchos más de los que creemos.

Sea como sea la electrónica de alto consumo y los géneros más comerciales sufrieron un duro revés que intentaron paliar con diferentes modas como el future house, future bass o tech-house, no logrando más que conseguir también quemar hasta la saciedad estos sonidos. Y a sus consumidores. El EDM se convirtió en un estilo que cada vez tenía que hacer cosas más comerciales y me atrevería a decir que extrañas con el único objetivo de intentar agradar a un público que en realidad no quería saber ya nada de él. La electrónica se convirtió (como muchos vaticinaron) en puro producto de radio. Un producto que debe sonar de una determinada manera, lo más cercana posible al pop, para volver a generar un fenómeno fan y una demanda global que perdió hace ya cerca de un lustro. Y a mi, esto de fenómeno fan, las majors y las radios, me suena un montón a música para gente que no ama la música.

Ahora las canciones deben durar menos de 2 minutos y 45 segundos para que funcionen en los diferentes servicios de streaming. ¿En serio? Si nos dicen esto hace 10 años no nos lo creemos, pero ni te digo ya si se lo explicamos a un seguidor habitual de música techno o de la justamente mitificada ruta del bakalao. No obstante mi objetivo con este artículo es parecer de todo menos un pureta (quizá ya sea tarde), así que no voy a tirar por ahí. Producciones (casi siempre ghost producciones) baratas, breaks sin sentido, vocales de antiguas estrellas de Disney Channel y drops con sonidos sacados de Fortnite. Entiéndase la exageración. ¿Es esta la música electrónica mainstream que nos ha quedado?

Como es normal, los artistas quieren que les escuchen. Y entre más gente mejor. Ese motivo ha llevado a muchos a firmar contratos abusivos y en muchas ocasiones mancillar el sonido que les hizo grandes. Lejos de criticar esto, sinceramente les entiendo de más y de sobra. La historia de la música está repleta de artistas cruzando la calle hacia aceras más generosas económicamente y el EDM tenía toda la pinta de acabar así. Ahora es muy difícil arrancar una carrera basando el 100% de tus producciones en géneros como el trance o el progressive house. Ojo, no digo que sea imposible ni que no haya decenas de ejemplos, digo que ahora mismo tu porcentaje de éxito (plays y actuaciones por cuantificar todo esto) depende demasiado del género que produzcas. Simplemente porque el público ya no demanda música electrónica como antes y sin embargo el número de productores se ha multiplicado por diez.

Y el público… el público es soberano. El número de plays en Spotify de géneros relacionados con la electrónica, sobre el total de los estilos, no llega al 12%, y en el último trimestre ha bajado casi un 4% más. Y cuidado porque aquí se suman los productos pop anteriormente mencionados, que, en su mayoría, de electrónica tienen lo justo. Si analizamos las reproducciones de música electrónica de sonidos más “clásicos” como el dubstep, drum & bass, techno o hardstyle dudo que lleguen a significar un 2% del total. No seré yo quien critique esta tendencia, pero los datos son realmente preocupantes.

Si a esto le sumamos el estado sanitario actual, ahora mismo ser DJ o productor es una verdadera odisea para los jóvenes. Esta pandemia y la supresión de la música en directo ha acabado de “matar” la electrónica. Veníamos ya de muchos años en los que, al menos en España, el usuario general (o genérico) buscaba disfrutar la experiencia (sala, festival) que la música le daba, más que la propia música que escuchaba. La gente no goza un single si no lo va a poder bailar el sábado en la discoteca. No se regocija en un drop si no va a poder quitarse la camiseta y saltar junto a sus amigos en el festival de moda del verano. La electrónica de consumo se ha quedado en el último año sin el momento orgásmico que la hacía vital, y esto la ha debilitado un poco más si cabe. Sin eventos, los usuarios pierden aún más el interés y los artistas buscan nuevas maneras de monetizar su encomiable trabajo. Así aparecen Twitch, los NFT, álbumes sin sentido ni trabajo detrás y un sin fin de estrategias a ratos cuestionables. La falta de festivales está convirtiendo a más de uno en lo que nunca imaginó ser.

Como antes mencionaba, muchos de los frikis de la electrónica de 2010 ahora ya solo la escuchan en Mad Cool o un par de noches en Mondo, si se tercia. Muchos compañeros con los que hablo están a gusto siendo pocos, por eso de al menos estar bien avenidos, pero hay momentos en los que parece preocupante la escasa demanda o ilusión que la electrónica genera en la mayoría de los jóvenes. Así mismo, me preocupa el paupérrimo nivel del 98% de los lanzamientos semanales y me preocupa que nuestros adolescentes ya no escuchen música electrónica a penas.

Quizá la industria necesite un reseteo a sus comienzos para volver a ser lo que era, o quizá el underground vuelva a comerse con patatas fritas al mainstream y nos quedemos los de siempre. Me surgen todas estas preguntas y muchas más: ¿Qué música demandará el público cuando la pandemia acabe? ¿Volverá la gente a estar interesada en sudar junto a desconocidos en macro eventos de 6 personas por metro cuadrado? ¿Aceptarán los djs bajarse el caché si los aforos al 50% se convierten en algo habitual durante un par de años? ¿Se apoyará de verdad más el producto nacional? Si todo va bien, saldremos de dudas en pocos meses. Hasta entonces… ¡Larga vida a la música electrónica!

Adrian Oller
Cofundador y redactor. Melómano, leonés y obseso de las cosas bien hechas. Imposible encasillarme en un sólo género. “Si quieres llegar rápido, camina solo. Si quieres llegar lejos, camina en grupo”