El club barcelonés reafirma que el espíritu de apoyo a los sonidos más transgresores del clubbing sigue vivo en la Ciudad Condal

Crónica realizada por Josep Anton Aliagas Cochs

Entramos en Razzmatazz después de un indispensable warm up en La Ovella Negra de Marina, ese lugar donde nuestros padres ya hacían las previas antes de salir a un club tan icónico como el de la calle Pamplona. Allí, entre jarras y ruido de parroquianos, lo que cambia no son tanto las costumbres como la música: nosotros no teníamos en mente ni rumba ni clásicos del pop-rock, sino a un puñado de artistas underground que venían a recordarnos por qué seguimos buscando noches como esta.

Rene Wise
Rene Wise

A eso de la 1:45 atravesamos el recorrido negro y laberíntico que siempre hace sentir a Razz como una cueva interminable, hasta subir a La2. Allí pillamos los últimos compases de Radd, encargado de calentar motores con un techno progresivo y denso, sensible pero firme, preparando el terreno para el primer plato fuerte: Rene Wise. El británico desplegó un set hipnótico y muscular, de esos que basculan entre la crudeza del techno de antaño y un groove casi tribal que mantiene la pista enganchada. La sala estaba a rebosar, y la respuesta fue unánime: Razz bailaba con él, sin fisuras.

Minutos antes de las 3, cambiamos de registro y bajamos a La1, donde Alvva llevaba el control con un house cálido y afilado a partes iguales. La recordábamos de hace años en un Brunch calentando a Overmono, Disclosure y The Blessed Madonna, y verla en Razz con el Greenlight Sound System especial instalado para la ocasión fue una delicia. La contundencia del sistema sacaba brillo a cada bombo y, lejos de ser un simple warm up, Alvva marcó el ritmo de una sala inmensa que ya estaba lista para lo que venía.

Nikki Nair
Nikki Nair

Y lo que venía era Nikki Nair, artista tan prolífico en el estudio como impredecible tras los platos. Su primera bala fue un gesto de complicidad con la ciudad: el remix de Eden Burns al ‘Xumba Zumba’ de los ídolos locales Mainline Magic Orchestra. Desde ahí, todo se volvió un viaje de texturas cibernéticas y bajos alienígenas, elevando poco a poco el tempo hasta convertir el set en un ejercicio de pura vibración física. Entre cambios juguetones y golpes secos, el de Knoxville demostró que su eclecticismo no es casualidad, sino una virtud que lo convierte en uno de los DJs más excitantes de la escena actual.

Yanamaste

Casi 45 minutos después, emprendimos de nuevo la caminata por pasillos y escaleras para regresar a La2. Tocaba volver al techno, y con 11.000 pasos ya en el cuerpo, aún quedaba un poco de energía para más caña. Tras los últimos coletazos de un Rene Wise desatado, llegó el turno de otro nombre que no deja de sonar en el circuito europeo: Yanamaste. El georgiano, residente en Barcelona, se ha ganado a pulso esa etiqueta de “estar en todas partes”. Su set lo confirmó: un techno veloz, percusivo y abrasivo, con ese toque eslavo que combina crudeza industrial con grooves de alto voltaje. Perfecto para exprimir las últimas fuerzas de la noche.

Salimos de Razz con la sensación de haber asistido a una noche de clubbing con una programación musical redonda: artistas que supieron mantener la intensidad, jugar con los contrastes y ofrecer una narrativa común pese a transitar géneros distintos. En tiempos donde muchos carteles parecen fotocopias, noches como esta recuerdan por qué seguimos bajando al laberinto negro de Marina: porque ahí, entre sudor y luces estroboscópicas, la música electrónica sigue siendo tan inmediata como trascendental.